El descubrimiento de dos vestidos con la apariencia “de trajes de institutrices, similares a los de la portada del libro Mujercitas de la Colección Robin Hood” dispuestos en una sala del Museo Histórico Sarmiento representó para la escritora Laura Ramos uno de los disparadores para la escritura de “Las señoritas”. De ahí que en las 400 páginas del tratado referido a las sesenta y un maestras que viajaron desde Norteamérica a la Argentina entre 1860 y 1880 desfilen bitácoras de modas y modos urdidos por las docentes en el siglo diecinueve. Del instante de 1869 en que Mary Gorman se desplazó por un desvencijado muelle del puerto de Buenos Aires con una falda corta que dejaba sus tobillos al descubierto a la compulsión por usar flores en la cintura que profesó la maestra Emma Caprile en sus clases en la Escuela Normal 1, pasando por los cortes al ras del pelo urdidos por las hermanas Florence y Sarah Atkinson para matizar sus coiffeurs caseras y la realización de afeites textiles para cruzar los Andes en mula según una fórmula que combinó vaselina, maicena y una capa de algodón blanco.


Pero el corpus de extravagancias que predicó la señorita Mary Conway se asemejó al de algunas víctimas de la moda celebradas por historia de la moda y en la línea de María Antonieta, Josefina Bonaparte o Joan Crawford. Como sentencia Ramos en la introducción al libro publicado por Lumen en 2021: “Su talón de Aquiles fue una pasión desenfrenada por el lujo, lejos de tener un espíritu ahorrativo amaba la riqueza y el oropel, los mejores terciopelos y vestidos, los zapatos más finos, la más rica ropa interior, era una derrochadora”. Conocedora del arte de reflejar artificios del siglo diecinueve tal como reflejó en “Infernales, la hermandad Bronte” (Taurus, 2019) como de la vida mundana del siglo veinte y veintiuno que narró en las columnas “Buenos Aires me mata”, Ramos advierte en la introducción:
” En sus cartas familiares, entre las listas de pedidos que enumeraban cintas para sombreros y metros de algodón blanco para la menstruación, estas mujeres fueron escribiendo con caligrafía inglesa y desigual, una historia posible de la patria bárbara Este libro no es más que la transcripción de esos apuntes domésticos.”

El traslado a Buenos Aires oficializado en 1878 gracias a la gestión de Agnes Emma Tregent representó para Conway un territorio fértil para seguir innovando en sus vestimentas. Comenzó a jactarse de sus influencias en la correspondencia con sus amigas del siguiente modo:
“Me gustaría que me vieras en la ópera, elegantemente peinada, ataviada con traje de cola de terciopelo negro adornado con encajes españoles, rodeada de hermosas jovencitas de dieciséis a veinte años vestidas de rosa, blanco y marfil. Tras ellas sus padres, de rigurosa etiqueta. Ocupamos tres palcos y yo voy de uno a otro”.
Una fotografía aportada a la autora por la Universidad de Duke revela a la señorita Mary Conway con un vestido de cola con frunces en seda negra brillante, acicalado con una pesada cadena de oro, un anillo refulgente y un peinado delicado. Años más tarde, algunas de sus alumnas recordaron a Miss Conway vestida de riguroso terciopelo negro y con un inmaculado pañuelo oculto en el puño, aún en las cálidas temperaturas de su destino inicial, una escuela de Tucumán. Tal como se desprende del capítulo “La gente rica no reparará en gastos” la labor docente de Agnés Emma Tregent estuvo vinculada con la clase alta. Desembarcó en 1870 como consecuencia de un contrato de la Sociedad de Beneficencia y para dirigir la “Escuela de Huérfanas” situada en la calle Lima y Victoria. Pero luego de abruptos cambios en las políticas educativas estatales , Tregent fue invitada a conformar un colegio privado para la clase alta porteña situado en la calle Reconquista 270. Se lo denominó Escuela de la Señorita Tregent y el diario “Buenos Aires Herald” lo publicitó en un avisó que expresaba:” Señoritas. Primaria, intermedia y secundaria. Pupilas, media pupila y externas”.

Otros modismos del siglo diecinueve llegan desde las crónicas de la docente Clara Armstrong, en marzo de 1878 llevó la docencia a Catamarca. Por un lado la alusión a su uso de una bicicleta y que para trasladarse en ella se vestía con un gran sombrero de ala ancha sujetado por un velo. Por otro y en julio de 1883 el manual de estilo acerca del equipaje que recomendó a la docena de maestras que había reclutado para sumarse a su magisterio.
“Es mejor tener en un baúl la ropa interior, un lindo vestido al alcance para alguna ocasión especial y algo de ropa ligera para el clima más cálido al cruzar los trópicos. Es bueno tener a mano un traje para excursiones en las varias ciudades en cuyos puertos paramos…. Lleven para el clima frío de Sudamérica toda su ropa de invierno, incluso la más pesada, pues aunque nunca vayan a ver nieve o un verdadero clima de invierno, tendrán clima como el de mayo, con unos días de abril y de noviembre, pero la ropa pesada va a reemplazar al fuego. Aconsejo llevar dos almohadas, cuatro pares de sábanas, cuatro pares de fundas de almohadas, un acolchado y mantas de franela. Es bueno comprar dos grandes mantas de franela de color para una capa y utilizarlas de manta en el barco.. Suya. Clara Armstrong.”

Más señales particulares de su impronta llegaron desde los relatos críticos de la maestra Sarah Atkinson: “su última manía es la vestimenta, la compra de doce vestidos, un abanico y un sombrero haciendo juego con cada uno de los vestidos y un número no determinado de corsés .“Todo nuevo”. La historiadora Alice Houston Luiggi analizó los modismos de las maestras extranjeras y su diferenciación con los estilos criollos: “Las maestras gringas seguían la moda de su país, una falda corta que solo llegaba hasta el tobillo, una curiosidad para las argentinas. Esta falda “para andar” como ellas la llamaban, habían sido introducidas en Inglaterra por la madre estadounidense de Winston Churchill. En cambio, las damas argentinas (señoras, doncella y cocineras) usaban vestidos de larga cola, que suceda lo que suceda no deben levantar del suelo. “Aquí la señorita elegante va a misa temprano, seguida por una sirvienta, que le lleva la alfombra para arrodillarse. Su resplandeciente vestido color fucsia barre lenta y majestuosamente las calles arrastrando-¿quién puede decir qué?- del vaciadero que es el centro de la calzada”.

Los ropajes de los alumnos no fueron ajenos a las observaciones sobre los indumentos de la época. “Aquí los niños más pobres van completamente desnudos o apenas con una camisa andrajosa, y aún aquellos de clase media, sin lavarse ni peinarse y vestidos con ropas que consideraríamos apropiada sólo para los mendigos” señaló una carta de William Stearns. Luego de la llegada de Miss Conway a Tucumán, el director de un colegio dictaminó prohibir la entrada a los alumnos que no fueran a clases decentemente vestidos; los padres no vacilaron en recurrir a comprarles ropas nuevas, Sara Figueroa advirtió que los niños comenzaron a vestirse con uniformes de alpaca azul que les donaban a las familias menos pudientes dos sociedades benéficas de la región llamadas “la ayuda infantil” y “La fraternal”.

Laura R, tal fue el nombre de pluma de Ramos en el diario Clarín, en su rescate de apuntes domésticos, se alimentó de la lectura de correspondencia, álbumes, archivos, pero también se hizo eco de sus intereses anacrónicos. Porque la autora de Las señoritas suele predicar extravagancias afines a las de sus heroínas, ya sean maestras, institutrices o personajes Dickensianos. En diciembre de 2012 y luego de pasar una larga temporada provista de un kit de bordado que pareció adosarse a su delgada silueta, invitó a una muestra en su estudio de Belgrano, Junto al escritorio desde el cual Jorge Abelardo Ramos –su padre historiador– escribió tratados sobre la revolución latinoamericanista, dispuso un inventario en pos de otra revolución: la de los álbumes de señoritas, con sus tratados de punto frivolité, las láminas de bordados y las máquinas de coser en miniatura. En su cruzada por las labores proclamó ante los asistentes al té:
“La labor de aguja, la práctica del petit point, del punto escapulario y del nudo francés me llevaron a poner en acto mi fantasía secreta: actuar la pequeña Dorrit, ser Esther Summerson, habitar tanto a la pequeña Nell como a Agnes Wickfield , soy Elisa la bordadora y me bordo a mi misma”.

1-como consecuencia de un revolucionario plan pedagógico de Sarmiento urdido durante los tres años que pasó en Boston, como diplomático argentino.
2-fue la primera maestra estadounidense en llegar a la Argentina en 1869 y desde Wisconsin, si bien debía ir a San Juan, se negó a radicarse allí debido a la violencia imperante en las provincias.
3-Llegó a Buenos Aires en 1870 como directora del Colegio de huérfanas de la merced , en 1874 el estado argentino le encomendó la fundación del Normal 1. 4- llegó a la argentina en 1863, junto a su hermana mayor y para dar clases en San Juan pese a que ambas no tenían el título de maestras.
5-Florence Atkinson realizó un diario de viaje titulado “un relato de las aventuras de un grupo de cuatro damas, una caballero inglés y dos guías que comenzaron a cruzar los Andes el 10 de enero de 1885.
6-Encargaba zapatos de seda por docenas, sus visos de muaré y de gros procedían de diseñadores franceses, renovaba flores, cualquier ocasión era una buena excusa para celebrar con delicias de la “Confitería del gas”.
7-La cita “la gente rica no reparará en gastos cuando se trate de sus hijas” fue una afirmación de Sarmiento ante Mary Mann, así lo afirma Alice Luiggi en el libro “Setenta y cinco valientes” página 40 ediciones Agora.
8-Escuela Normal del Paraná. Datos Históricos(1871-1895)