La historia visual de la moda en Buenos Aires entre 1870 y 1914 según la investigadora María Isabel Baldasarre – directora nacional de museos de la Secretaría de Patrimonio Cultural del Ministerio de Cultura de la Nación – compone una hoja de ruta erudita que se desliza entre las exquisitas tiendas departamentales fundadas en la calle Florida y sus aledaños por los inmigrantes radicados en la Argentina durante el siglo diecinueve, observa el protocolo de los comercios económicos alrededor de la calle La Piedad, las casas de ropavejeros, el circuito de las academias de costura, las modistas y la difusión de los figurines y la gráfica en la prensa. En sus 370 páginas la doctora en historia del arte documenta con rigor científico sus inicios, las estéticas imperantes pero también refiere a los costos de producción y de consumo. Su bitácora de la moda porteña propone un estudio exhaustivo por las tiendas que desde su denominación veneraron a otras geografías. Por un lado, se detiene en “A la ciudad de Londres”, que desde 1873 funcionó en Perú entre Rivadavia y Victoria y fue creada por los hermanos franceses Jean e Hippolyte Brun. Acerca de ese emporio que honró la capital de Inglaterra destaca que en 1899 sumaron un anexo en cuya apertura se obsequiaron entre los asistentes pequeños espejos, polvos para la cara y perfumes. Pero luego de un incendio acontecido en agosto de 1909 los hermanos Brun decidieron desplazarla a Pellegrini y Corrientes- en el denominado barrio de San Nicolás-. Durante el opening los tenderos dispusieron lámparas en la vidriera de modo tal que conformaron un juego de palabra que anunció los saldos. Su protocolo admitió el uso de tres tilburis que llevaban envíos, llegó a sumar un centenar de empleados en las instalaciones y otro centenar de modo externo. La modalidad de los precios fijos y la posibilidad de hacer cambios fueron una de sus primeras estrategias de mercadeo.

La hagiografía de tiendas continúa con “A la ciudad de México”, cuyos inicios datan de 1888 y fue urdida por los franceses Olliviery Joseph Albert, quienes intentaron replicar el modelo instaurado en París por Le Bon Marché. Mientras que en 1904 dispuso de catorce “departamentos” en los que se pudo dar con géneros, sombreros, corsetería a medida, perfumería, ropa de luto, y zapatos . En 1907 una falla en el exceso de corriente eléctrica fue el detonante de un incendio del edificio y el comercio en aparente tributo a México dispuso una tienda temporaria a modo de pop up en la calle Suipacha. Acto seguido los hermanos Albert encomendaron la construcción de un nuevo edificio de cinco plantas que estaría provisto de ascensores y de veinte secciones para diversos rubros y oficios. Un artículo de la revista El Hogar de octubre de 1908 citado por Baldasarre se refirió a la apertura como “un vernissage” a la usanza de los implementados en las galerías de arte de la época-Witcomb o Costa-. Mientras que las galerías eran modestas, la tienda exhibió cristales, espejos y soportes niquelados, maniquíes, guantes y demás accesorios que le confirieron la apariencia de “un palacio encantado”.

La historiadora profundiza en la trama de la tienda de ropa masculina “Gath y Chaves”, fundada en 1883 por el escocés Alfredo Gath y el argentino Lorenzo Chaves, con oficio en el rubro de “la pañería”. En 1908 la firma devino una sociedad anónima con dos sedes según el género. Mientras que la casa matriz fue destinada a la ropa masculina, el anexo de la calle Perú se dirigió a la vestimenta de señoras, señoritas y niñas. En el transcurso de una década los socios se expandieron hacia las provincias: en 1910 dispusieron sucursales en Rosario, Paraná y Córdoba. Mendoza, La Plata, Tucumán, Bahía Blanca y además hubo una filial en Santiago de Chile y una tienda consagrada a los niños. Un artículo de 1903 dijo en relación al imaginario implícito en el público de Gath y Chaves: “El hombre de trabajo, el obrero, como el profesional y el dandy a la moda y la encopetada dama y la mujer de humilde condición social todos se detienen al paso por el establecimiento, y recorren sus dependencias para adquirir el articulo que satisface ya sus necesidades apremiante, ya sus gustos, ya puramente sus caprichos, que como tales se traducen en imperiosa necesidad cuando el que los tiene o los siente es potentado señor”. Otro común denominador entre los comercios departamentales fue su alusión a lo foráneo como un indicador de buena calidad.

El Progreso1, fundada en 1875 en la planta baja del club homónimo y que inicialmente tuvo veinte empleados fue otra tienda en boga de la Belle Époque en Buenos Aires.La fundó otro francés llamado Juan Bautista Bournichon y circa 1912 sumó un nuevo local en Bartolomé Mitre y Esmeralda. Además de las destacadas, se inauguraron otras que refirieron a a Buenos Aires, Bruselas, Paris y Pekín. Como indicó la autora “no existía una relación entre el origen de los productos ofrecidos y la nomenclatura del comercio, sino que apelaban a una suerte de cosmopolitismo connotado por tales geografías. Los negocios intentaban funcionar como una ciudad en si misma, donde todo se podía comprar y materializaron en Buenos Aires el mito de París”.
Un censo realizado en 1895 permitió afirmar el predominio de los extranjeros en la industria de la moda, indicó que el 91% de las mil ciento once tiendas y mercerías de la Ciudad de Buenos Aires pertenecia a inmigrantes. La investigación ahonda en la Maison Carrau, una de las primeras casa de alta costura en la Argentina y cuyas creaciones están omnipresentes en el acervo del Museo Nacional del Traje2, “Todas las damas de Buenos Aires se visten como ordena la Maison Carrau pero no todas se visten en Carrau”, sentenció en 1899 la revista “La mujer”. Los artilugios aplicados a las vidrieras abarrotadas y el interiorismo para generar deseo fueron otros temas de análisis. “Los maniquíes de la casa Dupuy son prueba de cómo los dueños recurrían al montaje estratégico a la hora de captar a sus clientas. las figuras estaban dispuestas para observar el volumen total del vestido para destacar el polisón. La posibilidad de palpar las telas era el gesto que a continuación le acompañaba al proceso de encantamiento operado por las modelos. Lo mismo sucedía con la vidriera de ropa masculina exhibida por “Al palacio de Cristal” sobre la calle Artes, con los pantalones que pendían en filas , un cuadro de un torero, la fachada del comercio incluía la escultura del dios Hermes.
Acerca de las labores del aguja, se afirma que “en 1878 y en Buenos Aires, ser sastre propietario de un negocio fue uno de los oficios más lucrativos”. Exalta fotografías y campañas gráficas de la sastrería La Moda, creada por Augusto Schwarz y Antonio Marolda en 1894. Estuvo situada en el palacio de Luis Ortiz Basualdo y fue fotografiada por el estudio fotográfico Witcomb de modo tal que cinco hombres modelaron los diseños de trajes y bombines dispuestos en ese editorial de moda rente a la fachada y contrastaron con la silueta del changador que se paseaba con su camisa que dejaba ver una camiseta, una gorra y un chaleco; de una división entre sus socios devino la sastrería Marolda, acerca de la cual una viñeta de “Caras y Caretas” circa 1901 proclamó “Novedad, comodidad y elegancia, sus levitas soberanas son un talismán”.
Por otro lado, en 1896, la publicación gremial “El oficial Sastre” denunció: “Los sastres somos los que confeccionamos los trajes de la última moda y nosotros tenemos que recurrir a los cambalaches para cubrir nuestras carnes”. Previo a ello, en 1876 el aviso de la sastrería de Loren, situada en Rivadavia 571 se jactó de “ofrecer un nutrido y barato stock que incluyó sacos cruzados de los más modernos, pantalones de última moda bajo la idea progresista de dar trabajo a las familia y a todos los que saben bien trabajar de sastre y dar competencia a todos los introductores que con este mal sistema arruinan a Buenos Aires quitando el pan a la clase laboriosa”. Observa y describe campañas gráficas que narraron un duelo de espadachines ataviados con camisas blancas y el momento de la contienda en el que una camisa de procedencia a argentina venció a otra de factura extranjera.

En el prólogo y como premisas de su investigación, advierte: “Con frecuencia se repiten las mismas afirmaciones: que la elite porteña vestía a la más estricta moda, que sus mujeres eran famosos por su belleza y elegancia, que los sectores conspicuos encargaban guardarropas enteros a famosos diseñadores o sastres en los viajes anuales a Europas,. embargo es escaso lo que efectivamente conocemos sobre los productos y las prendas que circularon en la ciudad, sobre sus modistos, sastres o costureras o sobre los precios pagados por sus trajes y vestidos. ,Este libro se centra en la indumentaria”. Como un indicador de moda y política refleja la desigualdad de salarios entre las distintas castas de la costura que se desprende de documentos que dan cuenta de una huelga de las modistas en 1889, pero también registra el momento de noviembre de 1904 en el cual 20000 ejecutantes de agujas, sastres, modistas y pantaloneras y planchadora pidieron un aumento del 20 % en sus sueldos, solicitaron que las jornadas laborales no superasen las nueve horas y la derogación de francos los días domingo.
La historia de la moda en Buenos Aires construida por María Isabel Baldasarre no se detiene en el recorrido por el establishment, también suma una capítulo sobre los crossdressers en tiempos de la Belle Époque. Alude a las imágenes de travestis documentadas por los archivos de criminología medicina legal y psiquiatría de la época. Así emergen “Manón, Aída y la Bella Otero” fotografiados lejos de los tomas de frente y perfil de uso habitual en los registros fotográficos de policiales. Refiere además a las crónicas “Buenos Aires tenebroso, Ladrones vestidos de mujer”, publicadas por Soiza Reilly en la revista Fray Mocho en 1912 y en especial a Aurora “paraguayo” de treinta años, “peinador de damas como oficio de repuesto” cuyas prendas más inferiores, camisa, medias todo era de mujer, o bien “a Rosita de la Plata”, una travesti que se desempañaba en el servicio doméstico y que había tomado su nombre de la ecuyere del circo de los Podestá. También refiere a casos de mujeres que vistieron atuendos de hombres para ejecutar algunas tareas físicas que implicasen cualidades viriles. Entre ellas, Berta Veiss “vistiendo siempre el traje masculino se desempeñó como cochero, palafrenero, ayuda de cámara y que había dado completa satisfacción a sus patrones” pese a sus modismos, o bien la fotografía de María López, una española que al llegar a la Argentina quiso dedicarse a la agricultura. Luego de ser detenida en Plaza Constitución, en el momento de la declaración policial fue retratada con un traje oscuro, un chambergo y un foulard.

Las prácticas vestimentarias

“Mi acercamiento a la moda es eminentemente visual, construyo los argumentos a partir de imágenes -fotografías, publicidades o prendas – que primero me generan ganas de describirlas y a partir de ahí formulo preguntas y armo tramas de sentido. Hace tiempo que venía juntando y leyendo libros sobre moda y siempre lo tenía como algo pendiente, que terminó de cobrar forma con la reformulación de mi proyecto de investigación en CONICET y luego la invitación de Marcelo Marino, a formar parte de la colección de Estudios de Moda de Ampersand. Mi abordaje parte de la historia del arte, pero encuentra muchas instancias de diálogo con los estudios visuales, la fashion theory y los estudios de género, en un punto, el libro propone un cruce entre estos campos tomando lo que cada uno aporta para pensar en lo que más que “moda” me gusta llamar “prácticas vestimentarias” de los y las habitantes de Buenos Aires en ese período” sentencia Baldasarre sobre su abordaje a la escritura sobre moda. Y agrega: “La investigación llevó aproximadamente cuatro años, comenzó a inicios de 2017, mientras estuve en una estadía de investigación en el Getty Research Institute y tuve esas oportunidades invalorables, y escasas, que tenemos quienes nos dedicamos a la enseñanza y a la gestión, que es el tiempo para leer libremente y pensar en qué queremos hacer y sobre qué queremos investigar. Ahí se me terminó de revelar la necesidad de dedicarme finalmente a la historia visual y cultural de la moda.
-La historia de la moda y del consumo de indumentaria en Buenos Aires sigue por supuesto los derroteros de la historia urbana de la ciudad y también de la historia argentina. El momento que yo trabajé es un período muy particular, en el devenir de la ciudad por la gran concentración económica que se produce que la someten a una transformación y modernización vertiginosa y fabulosa, que hace que cambien su apariencia y los modos de habitarla, y además la transforma en una ciudad cosmopolita repleta de inmigrantes que no solo consumen indumentaria, sino que también la producen. Es interesante pensar los ciclos del consumo de vestimenta en diálogo con la historia que la aloja en simultáneo. Durante el siglo XX de la mano de la extensión de Buenos Aires, y del hecho que cada vez que se consuma más ropa industrializada o ya producida, este proceso, tal como se planteó en este período, ya no vuelve a ser el mismo.
–¿Sos lectora de publicaciones de moda contemporáneas y seguís los manifiestos de diseñadores contemporáneos en la Argentina y en el mundo?
-Sigo varios blogs de moda locales, otros de influencers que también son activistas y desarman las ideas hegemónicas que tenemos de la moda y las corporalidades; sigo también redes de diseñadores de moda locales y extranjeros, sites que ofrecen prendas vintage en venta, Soy una fanática y aficionada de la moda, reivindico mucho las elecciones implicadas en todo acto de vestirse, que a veces se pretende desinteresado pero que siempre tiene decisiones y tomas de posición en su base, aprendo mucho a ver la moda del pasado leyendo y pensando sobre moda contemporánea.
Notas:
1- En 1852 la sociedad Argentina se dividía entre Urquicistas y Porteños, Don Diego de Alvear convocó a cincuenta y seis vecinos de la ciudad de Buenos Aires y les propuso fundar un club cuyos objetivos fueran: “Desenvolver el espíritu de asociación con la reunión diaria de los caballeros más respetables tanto nacionales como extranjeros… uniformando en lo posible las posiciones políticas por medio de la discusión deliberada y mancomunar los esfuerzos de todos hacia el progreso moral y material del país”. Es con estos objetivos que el primero de mayo de 1852 se funda el “Club del Progreso”. Según una carta del fundador del Club publicada en el diario “la Tribuna” en 1853 no interesaban a los socios tan solo los aspectos políticos, sino terminar “con la división y la desconfianza recíproca en que vivíamos”. Este objetivo se lograba a través de diversas actividades sociales, principalmente bailes y tertulias donde se encontraban las más importantes personalidades del momento.
2– La colección admite tanto una chaqueta de novia en raso natural color marfil con un cuello jabot de encaje botones de perla y azahares que fue el complemento del primer vestido realizado por la Casa Carrau en la Argentina el país.; fue donado por Susana Escudero Keen. Hace lugar a un vestido de baile realizado en 1900 en tafeta labrada en seda natural verde agua y blanco y una bata de cotilla cuyo escote y breteles exhiben plisados de tul de seda, ( lo donó Natu Garasino) y continúa con una secuencia de exquisitos vestidos de novia en satén de seda natural y seda natural ponge color marfil, mangas largas, línea suelta, con velo y manto de tul. Una investigación del museo indica que en 1921 lo usó Eugenia Domeq García, el día de su boda con Carlos Juan Forn, .Otro vestido de novia, en satén de seda natural color marfil fechado en 1925 y que donaron las hermanas Alcira y Elena Rocha. A la misma época corresponde un traje de novia en organza con escote en v, una falda amplia con volados plisados donado al Museo por Fernando Cuevillas.
Un vestido de novia de 1941 con etiqueta Maison Carrau realizado en raso color marfil, con mangas largas; su singularidad consiste en la secuencia de trece pequeños botones forrados en los puños y en treinta y siete botones dispuestos en la espalda. Fue realizado con recortes que se ensamblaron en la cintura para dar una forma orgánica a la cola; lo donó Nair Gowland de Pierres.