Las siete servilletas de té en tamaño 20 x 20 halladas por la artista Guillermina Baiguera en un armario y durante la misión de desmontar el hogar de sus abuelos paternos oficiaron varios años más tarde como soporte para que urdiera “Origen flujo derrame amarillo sombra fuga estoica colapso“. En el 2021 la obra fue galardonada con el Primer Premio en Arte Textil del Salón Nacional de Artes Visuales. Unas y otras servilletas se exhibieron en una sala de la Casa del Bicentenario entre marcos de madera que permitieron ver el revés de sus tramas y en su configuración emergieron hilos desgarrados a la usanza de una técnica singular a la que Baiguera apodó “chorreados textiles”.

Acerca de los procesos y los disparadores de la obra, esgrime Guillermina: “Llevó un proceso de seis años durante los cuales me aproximé a las protoservilletas en forma intermitente y luego los dejaba descansar dentro de un bolso. En el mismo período en que las encontré mi abuela materna me regaló una serie de hilos, con carreteles de madera en tonos verde, blanco azul, amarillo y lila decidí que iba a destinar cada uno de los tonos a bordarlas y de ese modo iba a entrelazar a mis dos abuelas. Si bien durante sus vidas no se vincularon demasiado, decidí unirlas a través de mi trabajo y con arbitrariedad. Venía de desandar el camino del bordado tradicional y de la deconstrucción del punto cruz”, agrega la bordadora y suma otra afirmación que se erigió en manifiesto al presentarse al Concurso.” En esta serie de ocho telas practico con una actitud investigativa eludir el tratamiento propio de la técnica de bordado, pero sobre todo una deconstrucción del bordado. “Como un tratado que aniquila la idea misma del bordado y en susurros, bordo y desbordo la historia de mis abuelas, la historia de la mujer. Las telas tienen una estructura de trama regular, una cuadrícula que me permite trabajar de una forma precisa contando hilos. Me someto a este parámetro y genero dibujos, tramas a partir de la información que traen ellas. Los hilos son matizados, van de un color: azul, amarillo, verde, malva, al blanco. Aparece el concepto de la memoria porque la materia retiene todos los impactos externos que la afectan y toma progresivamente la forma de los surcos que se abren en ella”.

El armario de la casa de General Villegas, el pueblo de la provincia de La Pampa en el que Guillermina Baiguera dio con los paños componen una trama en si misma. La casa fue construida en 1960 por sus abuelos Iris y Juan se erigió sobre el terreno que antaño había ocupado el hogar de la infancia del escritor Manuel Puig. Si bien la construcción fue inédita, conservó el antiguo patio con un viejo aljibe y un depósito. Fue allí donde a comienzos de 2000 Guillermina encontró un bastidor para bordados y se apropió de esa anacrónica herramienta para ejecutar labores de punto. Unos meses más tarde y en Buenos Aires, comenzó a trazar compulsivas puntadas ornamentales con hilo Tomasito en su colección de democráticas t-shirts que previamente había ilustrado. También ensayó patchworks mediante bordados sobre prendas vintage y las mostró por primera vez en una pequeñas galería de Nueva York, la ciudad en la cual vivió entre 2002 y 2005.
Clubes de bordadoras
En 2007 junto a un grupo de amigos devotos de los oficios en extinción creó una galería de arts and crafts en Colegiales llamada Canasta. Un año más tarde el sitio de la calle Delgado 1235 mutó en la galería Formosa, que durante una década – entre 2008 hasta 2018- funcionó como un salón arty para la Pequeña Academia de bordados con prédicas avant garde de Guillermina Baiguera. Porque luego de estudiar tratados de punto frivolité y de mixturar puntos con relatos de Clarice Lispector, Guillermina bocetó los apuntes que oficiarían cual marco teórico para sus enseñanzas de las labores de punto. Sus cursos señalaron el furor de las prácticas de bordado en Buenos Aires circa 2010. Les asistentes tuvieron en común la militancia en diversas disciplinas del diseño. Entre sus prácticas surgieron bordados inspirados tanto en el animé, como en los textiles de Sonia Delaunay y las pinturas abstractas de Wassily Kandinsky Cuando el formato devino itinerante y se replicó en Europa y otros países de Latinoamérica el salón se trasladó por talleres en Barcelona, Madrid, Bilbao, Zaragoza, Valencia, Sevilla, Málaga, Zúrich, Roma y luego se desplazó por Montevideo, Santiago, Florianópolis, Villa de Leyva en Colombia. La ruta del bordado se forjó según la convocatoria de entidades o de otros talleres y academias que conocían y seguían su trabajo.

Dijo Baiguera sobre la decisión de transmitir el oficio: “Luego de dar clases de morfología en diseño gráfico comencé a considerar armar un taller para la enseñanza del bordado y de, inmediato se armó un grupo, casi un club de mujeres. Empezamos a juntarnos semanalmente a merendar y a bordar, me propuse enseñarles una o dos puntadas por cada encuentro, luego ellas debían practicarlo en sus hogares”. En semejante contexto Guillermina les propuso trazar una búsqueda de materiales preciosistas para emular la antigua mantelería y las servilletas de casas de abuelas. No es arbitrario que en 2021 tales siete servilletas heredadas contuvieran su nueva obra textil). Entre las bordadoras que cada semana asistieron al club Canasta deslizó el mantra: “No teman al vacío, piensen la tela como una oportunidad para plasmar un estado de ánimo estético”.

Con un cuadernillo de apuntes primorosamente diseñado Guillermina señaló las diferencias entre el punto medio cruz, el punto cadena, el petit point, las creaciones surgidas de la Escuela Bauhaus, los cruces de estéticas de Oriente y de Occidente hasta que en 2014 decidió reunir sus prédicas en “Manual”, su libro de edición limitada y publicado mediante autogestión. Contuvo 50 páginas encuadernadas a mano en señal de alta costura que replicaron el kit de herramientas de mercería indispensables para ejecutar bordados (agujas de punta roma, hilos perlé y de seda, el ineludible bastidor, tijeras cortas y lápiz).y lo presentó en el auditorio de la Fundación Proa, mediante un happening de bordadoras en el escenario.
Mientras que la portada impresa en relieve celebró una aguja de bordar, sus primorosas páginas documentaron con precisión tan científica como poética el modus operandi para el trazado de treinta variedades de sus puntos favoritos. Entre ella hubo instrucciones sobre el hilván oblicuo, el punto atrás, el cordón simple, los festones griegos o romanos, el punto rosetón entrelazado, el tallo portugués y más. En conjunto compone un extravagante catálogo de tramas que podrían disparar una colección de moda con prédicas surrealistas. El apartado para el punto realce – cuyo croquis se asemeja a una flor– honró una reflexión de Vincent Van Gogh: ¿acaso no es casi una verdadera religión lo que nos enseñan esos japoneses tan simples y que viven en la naturaleza como si ellos mismos fueran flores?
Créditos- agradecimientos: Marcelo López, Pablo de Francesco, Guillermina Baiguera