Las remeras performáticas de Mariela Scafati

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Las obras de Mariela Scafati acompañan, abrigan y gritan. Su entramado abraza el paso del tiempo y se ancla en el presente actualizando el complejo devenir de la sociedad. 

La performance “Ni verdaderas ni falsas” en el ciclo Imaginaciones Políticas, 2022. Fotos: gentileza de Mariela Scafati

De cuadros monocromos- algunos anudados, atados, solapados y juntados a otros escritos, pintados o cosidos. Con marcos y sin marcos. Piezas que observan y son observadas, que movilizan y se auto-inmovilizan. Colgadas sobre la pared o sostenidas por poleas. Amuchadas en el piso o desparramadas por el espacio. Piezas que se vuelven cuerpos que se visten con lanas, bodies y remeras. Inscripciones que se imprimen en la tela, en la bandera y en las prendas.

Su recorrido comenzó de muy pequeña, en Punta Alta (provincia de Buenos Aires) donde se formó de manera intuitiva pero dedicada y constante. Ahí, en su quinto año de secundario descubrió un lugar donde hacer lo que siempre quiso hacer y confirmó su futuro: pintar. Nunca le gustó el color dado envasado en pomo, quizás el germen de lo que luego se volvería su exploración cromática y los vínculos con el colectivo Cromoactivismo (grupo en el que coincide desde 2013 con Marina de Caro, Victoria Musotto, Daiana Rose y Guillermina Morgan).

Mariela argumenta acerca de sus afinidades materiales: “Todas las pinturas me gustan, la textil, el acrílico, la tinta, la acuarela, el pastel, la tiza, al óleo, me gusta todo. Creo que sé usar cualquier cosa y aprendo muy rápido cualquier técnica. En un punto, mi modo de trabajo es mucho de taller, minucioso, como de concentración, muy preciso y también de otra cosa, que es más expandida, más orgánica, más caótica, con muchas personas”. 

A los pocos años de establecerse en Capital Federal, después de haber estudiado Artes Visuales en E.S.A.V. de Bahía Blanca y de asistir los talleres de Tulio de Sagastizábal, Pablo Suárez y Guillermo Kuitca, Mariela comenzó un camino que incluyó un comprometido trabajo social. En 2002 creó junto a Magdalena Jitrik y Diego Posadas el Taller Popular de Serigrafía.” Empezamos a participar en la asamblea popular como vecinos en San Telmo. Y a la primera movida que tuvimos que hacer se nos escapó el artista (risas). Sin querer queriendo y sin darnos cuenta armamos el TPS. Tuvimos vínculo con el Movimiento Piquetero, con el de Trabajadores Desocupados, con la fábrica Brukman, tenemos muchísimas imágenes que han acompañado distintos momentos, los escraches a los familiares de las víctimas de gatillo fácil. Estuve en el TPS hasta el 2007″. 

Otra secuencia de la performance en Imaginaciones Políticas,

En la actualidad, el grupo que la convoca es Serigrafistas Queer. Las remeras siguen presentes, en cada marcha y también en modo bandera. El gesto de estampar el compromiso social y político sobre la prenda la sigue entusiasmando. Las consignas cambian, vuelven, se actualizan, pero la remera no se cambia. La ropa está presente en sus obras, en las individuales y en las colectivas.

Acerca de su relación con la vestimenta, esgrime la artista: “Hay tanto prejuicio de lo que es la ropa que decir sí, a mi me encanta pensar en la ropa, pensar en las telas, me encanta la locura o lo que podés llegar a decir estando vestido, para mi es comunicación y deseo. Es fantasía, lo que deseas ser, el juego, me encanta. Para mi es algo que, si bien se lo relaciona mucho a lo frívolo, porque algo de eso tiene, a la vez es algo mucho más complejo; es como decir lo político, como si eso no pudiera ser un show, ¿no?

Y todo es moda, como que lo decidas o no, o se parezca o no, hay una cabeza, un pensamiento alrededor de eso. Incluso cuando no lo pensás o no querés quedar pegado con eso, estas tomando decisiones”.


Entre lo popular y lo mainstream Scafati afianza sus convicciones. En la calle y en la escuela, en las muestras y las bienales, la artista juega con lo que, al igual que la pintura, siempre le llamó la atención, la ropa. Es que el textil, en la actual narrativa del arte contemporáneo, se volvió muy poderoso. Como soporte, como motivo y como temática. El hilado, el bordado, las telas y las prendas, que por siglos fueron relegadas al quehacer femenino por fuera del arte europeo, blanco y patriarcal, hace algunas décadas se instalaron como una nueva narrativa legitimada en el campo del arte.

-¿Cómo surgió Ni verdaderas ni falsas, la performance con superposición de remeras con manifiestos políticos? 

-Fue cuando la historiadora del arte Silvia Dolinko me invitó a hablar sobre el Taller Popular de Serigrafía. El TPS era un grupo muy importante para mi que comenzó en un momento muy caliente, a comienzos del 2000. Pero en un momento, en 2007, me tuve que alejar y la verdad es que yo no quería hablar de eso porque me sentía limitada para poder explicar qué era lo que no me había gustado, pero sí lo sentía en el cuerpo. Había algo que yo no quería volver a vivir, pero no lo podía expresar. Lo tenía que explicar de alguna manera, como ritual o algo que me sirva a mí para poderlo contar y a la vez que me ayude a desanudar algo o anudarlo. Entonces dije bueno, me pongo toda mi colección de camisetas de TPS y al final me pongo la de Serigrafistas Queer. Trato de pensar ese puente, esa complejidad, esos movimientos, esos discursos, esos cuerpos que éramos en el 2002 y estos cuerpos que logramos tener ahora atravesando lo político y lo personal, nuestros cambios de idea, nosotros como sociedad, los logros. Tenemos Ley de identidad de género, Ley de matrimonio igualitario, somos de avanzada en relación a las leyes de identidad, muchas cosas muy importantes que fueron a la par de nuestra vida. Entonces lo cuento poniéndomelas. 

-¿Y qué te genera todo eso al momento de ponerte las remeras?
-Bueno, terrible. Me pongo todas y cuando las tengo todas digo: “Hablar de amor al interior de la rígida cultura política de los movimientos sociales en el ambiente cool y en la última del mundo del arte resulta siempre incómodo”. “Y ahí me las empiezo a sacar. Y ya está. Lo hice por primera vez con Dolinko en Rosario ; después me fui del hall donde había transcurrido la perfo, fui por atrás, me puse una chaqueta, me pinté los labios y ya estaba fresca. Fue todo muy loco en medio de una conferencia y de golpe yo le vengo con esta, no recuerdo bien lo que hablamos luego. No sé cuántas veces ya la hice, siempre es diferente. Y siempre resuena de una manera diferente”.
La volvió a hacer en varias oportunidades: en 2013, convocada por el Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA; en 2022, en el Museo Reina Sofía, participando de la muestra El Giro Gráfico: como en el Muro la Hiedra, de la mano de Ana Logoni y, el pasado julio, en el ciclo Imaginaciones Políticas creado por Diego Maxi Posadas y María Eva Blotta con la intención de reflexionar y tejer un puente entre lo ocurrido en 2002 y la convulsionada actualidad. Las excusas no faltan, el compromiso tampoco. El decir político, social y artístico se materializa en el textil, el mejor soporte para llevarlo a cabo. Moda y política al igual que moda y arte son binomios efectivos para mostrar el paso del tiempo y los cambios culturales. La vestimenta como espacio para crear y sentar posición. El cuerpo vestido como sostén de distintas manifestaciones políticas y artísticas en el sistema del arte y en el de la moda.

Mariela Scafati en Brasil, surante un taller serigrafía vinculado con remeras y vestimenta.

Basta recordar las remeras con la insignia We should all be feminists de la colección primavera verano 2016 de Dior. María Grazia Chiuri abrió pista como la primera diseñadora creativa de la firma con remeras blancas de algodón y lino con la frase tomada del título del manifiesto de Chimamanda Ngozi Adiche. Fueron furor en las pasarelas de París y luego en la calle. Salvando las distancias, el poder del mensaje en el textil y la vestimenta no es novedoso. Sólo pensar en las Madres de plaza de mayo y su pañuelo blanco o en el pañuelo verde en las marchas por la legalización del aborto seguro y gratuito. Piezas que dialogan entre gestos y mensajes cargados de significado y emoción. Las frazadas de Feliciano Centurión o las remeras de Roberto Jacoby ya marcaron, desde el arte, el poder de la prenda para abrigar, embellecer y sentar posición respecto de las problemáticas que lastiman a la sociedad.


Las remeras, sus performances y sus cuadros imprimen uno de los gestos vanguardistas de vincular arte y vida, pero en clave acción. Su teoría se materializa en la calle serigrafiando y también al pintar a mano cada uno de los cuadros-posters sobre papeles de colores que van del rosa al rojo en su obra Windows 2011.

Semejante instalación compuesta por treinta y seis pinturas acrílicas sobre papel afiche, bastidor, polea y alfombra, puede verse actualmente en “Tercer Ojo”, la nueva propuesta curatorial de la colección permanente del Malba, inaugurada en agosto de 2022. Windows 2011, adquirida por el coleccionista Eduardo Constantini en 2016, creció, se expandió y cambió de nombre. Ahora es Algo se rompió 2011-Windows 2021 y también se puede ver en Hamburger Bahnhof, en la reconocida Galería Nacional de Arte Contemporáneo de Berlín. Si bien su primera exposición fue en julio de 2021 en la galería neoyorquina Storefront.

La obra Windows 2011, que integra la colección de Malba- Imagen: Prensa Malba

Ahora las pintadas son sesenta y los mensajes no solo brotan de su sentir, sino que plasman el pensamiento colectivo, las preocupaciones, los deseos de un grupo que por whatsapp, por audio, en persona o a la distancia vociferan la actualidad.
Las obras de Scafati oscilan entre procesos individuales y colectivos de transformación social que tensionan y expanden el horizonte de expectativas. Sus producciones se configuran en el vínculo amoroso con su entorno y arrojan un presente más amable con el otro. El uso de la ropa amplía el campo de la moda y habilita a la indumentaria como expresión artística dentro de un entramado político y social comprometido. Es en esa actualidad donde su trabajo se vuelve poderosamente convocante y necesario.

Rancho Cuis de Serigrafistas Queer en Kassel, 2022., Archivo Mariela Scafati.

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