Con una sólida formación en Bellas Artes, la incursión en talleres de diversidad estética y la pertenencia al circuito del Rojas, en su apogeo, realizó infinitas becas artísticas y experiencias. Desde 1982 fue precursora en las esculturas de volúmenes ínfimos o colosales, inundadas de colores estridentes, forradas con los estampados más variopintos y rellenas de prendas. De regreso en Buenos Aires, luego de vivir en Alemania, Ariadna hizo apariciones en la Fundación Osde, la Fundación Proa y compiló sus obras en una serie de libros. Trabaja en una serie de vestibles.

Con el arte como bandera, el diseño como condición de producción y lo performático como soporte, las piezas de Ariadna Pastorini se reconocen desde lejos y cautivan desde cerca. No engañan. No son espejitos de colores ni falsas copias que pululan por ahí. Son las originales, con el sello de la experimentación constante y la firma del continuo devenir artístico. En clave de presentaciones efímeras, cuya duración no excede el transcurso de tres horas, de cuerpos quietos o en movimiento y de preciosos vestibles adquiridos para lucir sobre la piel o contemplarlos en un pedestal, la artista nacida en Uruguay se distingue en cada una de sus producciones por su materialidad, su concepto, su modo de hacer y en su modo de circular.
El clima de época no va con ella, su sentir corre a otra velocidad y su arte se percibe diferente, atemporal y único. Los colores elegidos, las texturas manipuladas y las técnicas empleadas datan de un pasado que la cobijó a puro diseño, lleno de moda y con el oficio bajo el brazo. Su casa natal, diseñada por su padre, albergó tantas experiencias vanguardistas como las que se replican en las veinticuatro exhibiciones de su autoría. Desde 1982 crea modos de expresar realidades que la tocan de cerca y las materializa en esculturas de volúmenes ínfimos o colosales, en obras inundadas de colores estridentes, forradas con los estampados más variopintos y rellenas de prendas de su propio closet.

Coqueteó con el lenguaje cinematográfico, materializando sus ideas en cortos, películas y en incontables videos que recorrieron el mundo durante la pandemia. Participó de la residencia artística The Banff Centre of the Arts (Canadá) con la Fundación Antorchas. Obtuvo la beca Kuitca (1997), la beca Creatividad del Fondo Nacional de las Artes (2016) y la beca de viaje para artistas de la Colección Oxenford (2019). Con la beca de la fundación Pollock Krasner (2018) editó ella misma Ariadna Pastorini, volúmenes elegidos 2019-1986, uno de sus cinco libros que ilustran las décadas de trabajo. Sus obras se muestran en diferentes exhibiciones temporales y forman parte de las colecciones permanentes de museos públicos y privados (MNBA, MAMBA, MACRO, Palais de glace, Centro Cultural de España, Buenos Aires Centro de Estudios Legales y Sociales CELS, Buenos Aires, Colección Bruzzone, Fundación Espigas).
Pastorini acompañó su legado artístico formándose en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y su recorrido por diferentes talleres de formación tradicional (y no tanto) la ubicaron en la década del ochenta en el mítico Centro Cultural Rojas de la mano de Jorge Gumier Maier. El flechazo fue inmediato, como el desencuentro y el destino que los uniría para siempre.
–¿Cómo te sumaste a la escena del Rojas?
Era muy joven, un día en que, iba con mi mamá a buscar unas fotos de unas esculturitas que solía hacer y al pasar por el Rojas vi una muestra que me llamó la atención. Pregunté quién hacía estas fotografías y me dijeron que pertenecían a Gumier Maier, que estaba arriba. Entonces subí y pregunté ¿quién es Gumier Maier’. “Soy yo”, me respondió y le dije: tengo estas fotos, te las quiero mostrar. Se quedó fascinado y me dijo ” quiero ir a tu casa”, hagamos una cita. Entonces, en un papelito le escribí mi dirección, que era muy cerca del Rojas y me respondió que pasaría el lunes Ese lunes yo preparé todo, saqué mis muñequitos y la cuestión es que no apareció. Me agarró una depresión y dije bueno, ya fue, no le gustaron mis cosas y no fui más por el Rojas. Luego, pasaron dos años, conozco a Sebastián Lineros y a unos amigos de él (Sebastián Gordín, Sergio Vila y Gastón Van Dam) y me propusieron armar una carpeta para llevársela a Gumier. Les respondí que en una ocasión no le había gustado mi obra pero ellos me dijeron que le iba a gustar. Entonces hicimos una carpeta con fotocopias a color y se la presentaron. Cuando Gumier vio mis fotos y les dijo “¡ esta chica me encanta y no apareció más. Yo perdí su papelito y ella no vino más. Les doy una muestra individual a cada uno”. La verdad que fue loquísimo. Antes de morir, hablaba con él y se acordaba de todo. Él nos nucleaba, nos daba el espacio en el Rojas, pero después cada uno hacía lo suyo. Siempre participé en sus muestras y nunca me preguntaba qué iba a mostrar, confiaba ciegamente. Teníamos una conexión muy fuerte, creo que no me pasó con otra persona. Es que no había otro como Gumier. Era de otro planeta”.
En los noventa comenzaron sus performances, siempre con el textil como aliado. Las primeras presentaciones de tres horas de duración dejaron en claro que los lugares comunes no eran lo suyo A modo de manifiesto, congregó público para mostrar lo diferente. En 1987 realizó “Cambios” donde se superpuso ropa, una prenda encima de la otra. Luego, en 1993 hizo la primera edición de la Viva la muerte, junto con con Alfredo Londaibere y Sebastián Lineros. Si bien el ritual sufrió cambios en su nombre, locación y en quiénes la acompañaban y también un parate de 2000 a 2016 (cuando vivió en Alemania), cada dos de noviembre vuelve a ejecutar el evento en honor a los muertos.
Su trilogía Mudables, Otra Mudables y Desmudables (realizada entre diciembre de 2016, enero y febrero de 2017) volvió a llamar la atención por su formato: en tres episodios barajó y dio de nuevo y la vidriera de Fundación Osde se apropió del leit motiv de las temporadas que digita el sistema de la moda. Nuevos textiles ocuparon la vitrina y manifestaron que no todo es estático, que, por el contrario, muta. Que las obras no siempre están terminadas y que el devenir artístico y caótico es bello. Como las las telas, las superposiciones y las transparencias.


–“Esculturas Vestibles” , tu última exposición transcurrió en la galería Proa 21 y su modalidad mantuvo tu impronta performática- Duró pocas horas, tal como “Volátil Viento”, realizada en la galería Smol unas semanas antes. Pareciera que te desmarcas de las tradicionales exhibiciones que quedan por un periodo estipulado en las galerías o los museos.
– El espacio es muy importante para mí. Trabajo mucho con instalaciones y con el contexto, y me pasa que a las muestras las pensás, las creás y después eso en los lugares institucionales queda un mes, por ejemplo, y lo que me pasa a mi es que yo cuando hago un trabajo no pienso que está terminado porque voy y sigo avanzando sobre ese concepto o esa idea que voy haciendo y lo voy cambiando. Con Santi Bengolea en la galería Smoll pasó algo así. Colgué las obras y me encantó eso que se modificaba con el viento, una se voló, la otra quedó agarrada en un árbol y no la pudimos sacar. De hecho, creo que en breve voy a hacer otra performance descolgándola del árbol. Porque para mí el arte es algo que comenzás a trabajar y continúa y siempre va surgiendo otra cosa que te va cambiando el punto de vista. Trabajo así. Porque además trabajo con muchas cosas al mismo tiempo. Todo el tiempo estoy imaginando y generando cosas, por segundo. Me encanta inventar algo. Me considero generadora, invito a otros. No me gusta esperar las oportunidades, las cosas siempre me las hice yo desde niña.
En 2017, surgió un nuevo modo de unir moda y arte, casi inconsciente, bien intuitivo. Los vestidos Pastorini encarnan el binomio arte y moda a la perfección. Por un lado, se percibe la prenda diseñada por la artista, confeccionada y firmada como una pieza única,hay dos iguales. Por otro lado, circula como obra de arte, en manos de coleccionistas que no desean portarla sobre sus cuerpos. Pero ahí no se cierra el círculo. También son vestibles para lucir en verano o en invierno, en la calle o en una fiesta, cortos o largos, de colores pasteles o súper chillones. Ella los lleva en su casa, en un vernissage o una entrega de premios, para la vida cotidiana en Parque Chas o en Once, en línea con su esencia de escaparle a los uniformes que proponen las marcas de moda mainstream en comunión con las tendencias del momento.
¿Cómo surgieron los Vestidos Pastorini?
En realidad no me gustan los pantalones, a mí me encantan las camisas, pero me estaba cansando la ropa tan tradicional, venía el verano, estoy más cómoda con un vestido y zapatillas y me interesaba que en el cuerpo te ponés como varias capas, el vestido, el sweater, la pollera y pensé: ¿y si hago una sola prenda, si es un sweater unido a la pollera y te lo ponés así? Empecé con ese y luego con camisas. Me había hecho un diseño anterior para un Viva la muerte donde me iba colgando todas camisas alrededor. Después empecé a hacerlos a ver si gustaban y luego comencé a hacerlos para vender. Muchos artistas me los compraron. A muchos otros me los quedé yo. Te los pones y te genera una sensación de levedad.
–¿De dónde surgen las piezas que conforman el patchwork de tus creaciones?
A veces combino telas con camisas que ya tengo. Otras son prendas ya confeccionadas, tiene algo que me gusta que es volver a hacer, quizás de modo sustentable. Generar prendas utilizando materiales que se tiran constantemente me parece interesante. Esa idea de reutilizar y de pensar bien en nuestro ambiente me parece que es muy fuerte. Además, el DIY bien punk me gusta mucho, la posibilidad de cambiarle la onda a las prendas. Lo veo como una geometría blanda. Les hago un trabajo como una especie de juego, como de fragmentarlo y luego volverlo a armar. Los collages vestibles de Ariadna Pastorini ilustran otro punto de contacto del binomio arte y moda. Tienen la circulación de la obra de arte a la vez que encarnan la posibilidad de lucirlos en diferentes oportunidades. Allí se desprende el gesto creativo de la artista, su estilo y, sobre todo, su firma. Reniega de la producción en serie y cuida cada una de sus piezas. Como buena investigadora de oficio que no descuida el contexto, es consciente de los monstruosos avatares del sistema de la moda y, en consecuencia, piensa, diseña, reutiliza y da vida a vestidos artísticos en clave Siglo XXI. Los vestibles Pastorini ejemplifican, una vez más, que en relación al arte y la moda todavía hay mucha tela por cortar.

