En una conversación con la curadora Laura Malosetti Costa para SucesosdeModa, Sara Peisajovich recorre los disparadores de la muestra que reunió el trabajo del artista visual uruguayo Gerardo Goldwasser

La moda es el clima de época, es el reflejo de la sociedad, es la posibilidad de expresión. La moda como parte de la cultura visual. Si bien la historia del arte poco espacio dedica a las prácticas vestimentarias, el arte textil ocupa, cada vez con más proliferación, salas de museos, catálogos, textos académicos y algunos medios especializados. Que el sistema de la moda apareciera tematizado en la Bienal de Venecia, merece ser destacado y apuntado para comprender cómo la moda se va colando en las distintas prácticas artísticas.
El pabellón de Uruguay fue quien tomó la posta y se plantó con un manifiesto incluyendo cuatro instalaciones del artista visual Gerardo Goldwasser que, en comunión con la curaduría del artista Pablo Uribe y de la prestigiosa historiadora del arte, teórica y curadora Laura Malosetti Costa, fundieron idea y hacer para llevar a cabo una de las puestas más vistosas y convocantes de la edición número cincuenta y nueve. La premisa fue poner énfasis en la cultura del vestir.
“Persona” consta de cuatro instalaciones emplazadas sobre un espacio pintado de blanco inmaculado.
Al entrar al pabellón, el público se topa con la primera obra: un espejo enfrentado a la puerta de acceso con la intención de que cada espectador pueda verse reflejado, vea su vestimenta, lo que eligió para lucir ese día. Se trata de un espectador activo, que participa de la obra. La segunda instalación es la larga hilera de mangas izquierdas de uniformes titulada “El saludo”. En ese mismo espacio deslumbra la tercera instalación, que consiste en una puesta de monumentales rollos de tela donados por la empresa textil uruguaya Magma. La tela es un tejido realizado a partir del reciclado de botellas del mar y representan otro tema en la agenda de la moda, lo sustentable. Frente a las bobinas de tela, se encuentra la última instalación: consiste en una regla apoyada en el piso. En el espacio en color-block blanco y negro se percibe una figura central de la obra, la del sastre. Allí un sastre veneciano es el encargado de tomar las medidas de los espectadores que acceden a su encuentro. Tal como señaló el texto curatorial: “Persona propone una reflexión crítica que pone en tensión un aspecto tan básico como complejo de las sociedades humanas: los modos de cubrir y exhibir los cuerpos, de disciplinarlos y también de distinguirlos”.
–Percibí que la muestra refleja al sistema de la moda desde múltiples aristas enlazado casi naturalmente con el arte. ¿Cómo surgió la moda en Persona?
– Así fue que pensamos en el origen para el pabellón. Venecia fue el centro del sistema de moda mundial desde el Renacimiento, donde llegaban los lujos de oriente y las novedades para occidente y sigue siéndolo. El diseño textil italiano siempre tiene ese aura que es mejor que ningún otro. Y Gerardo viene desde hace treinta años trabajando con una memoria del oficio del sastre. Su abuelo, un sastre judío escapado de Buchenwald, se estableció en Montevideo y puso una sastrería de uniformes. Cuando él muere, el papá y el tío de Gerardo siguieron el trabajo de sastrería y encontraron los manuales de sastrería de su abuelo. Entonces, esta obra también es un gesto de amor al oficio. Un oficio que quedó obsoleto, porque, o se transformaban en grandes fábricas y ocupaban mano de obra esclava en Kamchatka o perecen porque la maquinaria se pone vieja o porque ya no son competitivos. La reflexión de Gerardo un poco tiene que ver con eso, con el oficio y a la vez fue un modo de incorporar a su padre y a su tío que actuaban en sus primeras obras, y al oficio de ellos. Ellos además colaboraron cortando las mangas que se exhiben en el pabellón. Pero también es una reflexión sobre la construcción del hombre medio, la instrucción de la individualidad de los campos nazis, en la uniformización de los soldados como la de los prisioneros. Esta cosa de la sastrería que dejó de ser un lujo de príncipes para ser una industria con medidas promedio. Todo eso está en la obra. Y está con una austeridad de recursos enorme. Por eso el catálogo y sus textos son importantes para ayudar a entrar a la obra.
–Es un poco lo que a veces pasa con el arte contemporáneo, la necesidad del paratexto para entrarle a la obra y para dimensionar su puesta. La obra se desmarca de lo tecnológico, y adquiere otro modo de monumentalidad, más en sintonía con las formas y con el concepto.
-Sí, y no fuimos los únicos. El espacio de Polonia fue todo de arte textil, bellísimo. Te digo, no es todo el arte contemporáneo el que necesita paratexto. Hay obras de arte que necesitan mucho paratexto y otras que muy poco. Pero lo cierto es que hay hoy una distancia más grande entre el arte contemporáneo y el que es ajeno al mundo del arte y a veces cuesta.
-¿A qué piensa que se debe eso?
-Quizás tiene que ver con la distinción, el deseo de distinguirse que es fuerte. Lo que estudió Bourdieu, “yo pertenezco a algún lugar en el que no entra cualquiera”. También a una sofisticación del lenguaje asociado a operaciones intelectuales complejas. Estoy pensando mucho en esto, porque tiene que ver con la dinámica del modernismo. Toda mi investigación fue sobre ese siglo y fue un momento donde la vanguardia le hablaba al público común y había manifestaciones que hoy son consideradas exquisiteces de la cultura para la elite. Estoy hablando de la ópera, del melodrama. Hoy el melodrama es una mala palabra y en el XIX era una obra interclasista por excelencia, se hacía en los palacios de Venecia y las divas se casaban con reyes o presidentes, como fue como Marcelo T. de Alvear y el pueblo lo cantaba. Hay que pensar en esas cosas. Acá en Buenos Aires, el asado del domingo terminaba cantándose el Va Pensiero – de Giussepe Verdi- y ahora el diseño del teatro de Ópera incluye plateas carísimas y el paraíso está arriba.
–Es curioso encontrar también otro vínculo con la moda, la cuestión clasista. Servirse de la vestimenta como un instrumento de marcación social, como indicadora de poder adquisitivo
-La moda para mi tiene algo que es muy seductor y es que es copiable. Una mujer con escasos recursos, con la máquina de coser que le había regalado Evita, si tenía dos gramos de talento, veía un modelo en la calle Florida y luego iba su casa y se hacía ese diseño. Siempre fue un instrumento de ascenso social.
Lo que menciona Malosetti Costa es significativo. En el sistema de la moda, un extremo levanta la bandera de la alta costura, con su carácter aurático, con su universo hecho a medida, con el gesto del diseñador y la mano de obra exquisita en cada puntada, pero sobre todo se rige bajo el gesto de la firma del diseñador para, entre otros motivos, evitar la copia. El otro extremo proclama el Prêt-à-porter con abismal producción en serie, habilitando que muchos accedan a las prendas a la vez que genera la despersonificación en cada diseño masificado por millones y provoca las paupérrimas condiciones laborales y las colosales consecuencias medioambientales.
Resulta imposible descuidar el aspecto de la alta y baja moda , también presente en el arte. Pero, en relación a la masificación de la vestimenta, en el envío uruguayo se retoma esa cuestión. Hay una idea de repetición, de indumentaria seriada con la instalación de las mangas colgadas de la pared: desde el punto de vista de la uniformización propia de la mega producción en serie, pero también desde la idea de despersonalización al ver una morfología replicada por millones.


–Ahí también se cuela lo artístico, desde el punto de vista de lo performático, con la práctica vestimentaria del sastre.
-Sí, claro, y ahí el público se transformaba en performer. Y otra cosa, porque siempre se piensa en el arte contemporáneo como algo que solo se ve y el sastre te tocaba. Dejarte tocar por alguien con su cinta. Él preguntaba, pedía permiso y se sentía como una tensión dramática. Además, te regalaba las medidas, a modo de souvenir con tus medidas únicas que te recuerda que sos único. Eso nos valió el amor de todo el público veneciano. Volviendo al tema de la ropa y del completamiento del hombre, no existe uno sin su ropa. Es el modo en que cada animal humano se viste a la mañana y se presenta ante los otros. Por eso también pusimos la obra del espejo, para verse, hoy me vestí así. Y el sastre tomaba las medidas con una delicadeza y explicaba todo.
–Y servía de registro de la performance. Escuché decir a Gerardo Goldwasser que él encontraba puntos de contacto concretos entre el hacer como sastre y el hacer como artista.
Totalmente. Él no es sastre, pero pensá en Joseph Beuys y otros artistas que trabajan con eso. Incluso Federico Klemm, él tenía un traje de Beuys y se había comprado un traje de Nuréyev y se vestía con ese traje para hablar de arte en la tele. También otro personaje muy interesante para pensarlo desde la vestimenta. La vestimenta da para mucho.
