Sergio Pángaro es músico, intérprete, actor y escritor. Algunos de su álbumes: “Sergio Pángaro y Baccarat por el mundo”, Sony 1999 – “Sergio Pángaro y Baccarat en La Ideal”, Pop Art 2002 -“Sergio Pángaro y Baccarat en Castellano”, Pop Art 2003 -“Autoayuda” Soy Rock 2005. Con la banda “San Martín Vampire”, Debut y despedida (1998) y el reciente Aspic.
Tres esmóquines
Para los ingleses, dinner jacket; en Hollywood, tuxedo; para nosotros esmoquin. Quizás sea la prenda de etiqueta masculina más popular del siglo XX. Por mi ocupación, como los mozos, ya casi no los veo como ropa de gala, sino más bien como un ambo laboral. Voy a presentar tres de los que tengo.
Frac
Este es un frac. Me lo regaló la mamá de Cocó, y era de su hermano ¿Por qué lo tenía ella? No lo sé. Y ¿Por qué me lo regaló siendo que Poti todavía vivía? Tampoco lo sé, pero no dudé en aceptarlo. Es un frac con una faja y dos moños borravino que se enganchan bajo el cuello de la camisa, lo que revela que seguramente fue un encargo para alguna celebración juvenil.


Rochas
Para mi casamiento consideré llevar un esmoquin que ya tenía, pero la ocasión me inclinó por buscar uno nuevo. No había tiempo para mandar a hacerlo, así que elegí uno de la vidriera de Rochas, que en aquel momento estaba cerrando. La solapa no era de raso ni recta. Lo cierto es que al maniquí le quedaba bien y me lo llevé. Ahí están las fotos del casamiento, no me gusta cómo me queda. Pero lo peor es el peinado.

Gulayin
El señor Munir Gulayin vino de Estambul a La Plata en los ’60 y ahí se quedó haciendo siempre lo mismo: confeccionar trajes. Cuando lo vi a través de la vidriera antigua, me dije: a este hombre no voy a tener que explicarle que no quiero un esmoquin como los de la tele. Es decir con la abotonadura alta ¡Como el de Rochas! La edad de Gulayin, a la que yo le concedía los más profundos secretos sobre el arte de amoldar los géneros a la anatomía humana, no me defraudó. Lo que no podía imaginar, fue el problema que significaría el raso que elegí para la solapa. Según la opinión del sastre era muy delgada y me ofreció cambiarla por otra que él tenía, un poco más gruesa. En su sabiduría se daba cuenta que la edad no le iba a permitir coser bien esa tela que yo le traía. Si le hubiese hecho caso, ahora no se verían estos pliegues tan notorios, por brillantes, y por haber quedado nada menos que en el pecho, como un emblema.

