Llegué a Río de Janeiro un día de enero o febrero de 1975. La triple A (Alianza Anticomunista Argentina) merodeaba feroz a nuestro alrededor. Pensé que una escapada al extranjero daría un respiro a la asfixiante atmósfera de Buenos Aires. Un viaje de libertad y también el impulso a tirar la chancleta (como decía mi padre). Y ¿qué mejor que el erotismo de Brasil para respirar otros aires? Los brasileros no abandonan nunca su ritmo, sus sabores, sus colores.
Tenía 22 años y desde mi adolescencia ya usaba bikini. Pero de esas bikinis que tapaban bien la cola y llegaban hasta la mitad del abdomen, bajo el ombligo. Ya había experimentado en Londres la movida del acortamiento de las polleras, las extensiones de pestañas, las plataformas a kilómetros del suelo, las botas de cañas altísimas, las minis que entre la bota y el ruedo dejaban una brechita de diez centímetros de piel libre, las blusas ajustadas de la India que dejaban traslucir el torso y las tetas, las pelucas y chignones, los mini vestidos Mary Quant blancos y negros, los ojos saturados de kohol ….Todo –todo- encima mío para no quedar rezagada respecto del lugar de mina de mi época. Complementando el look me separé de mi pareja; era de izquierdas –con Freud y Lacan; Foucault y La filosofía como arma de la revolución de Althouser en mi mochila y por supuesto la revolución cubana. Deambulaba por el mundo queriendo correr los límites de los condicionamientos sociales conservadores y sus restricciones. También en el sexo y en el amor. O sea en la vestimenta.
Pero de repente todo ese imaginario se me derrumbó con sólo pisar la playa de Rio a la altura de Ipanema. A causa de una prenda mínima: la cola less en las garotas y la tanga en los tipos. Las mujeres tenían sus colas al descubierto con solo una franjita de la bikini metida en la raya del culo.
Me sobresalté. ¿Qué pasó? ¿Dónde estaba yo cuando ese cambio había ocurrido sin que nadie me preguntara sobre su pertinencia ¡yo era una mujer de esos tiempos y me puentearon! ¿Me dejaban fuera de ese despliegue de sensualidad y erotismo? ¿Quiénes creían ser esas mujeres para apropiarse de ese universo?
Me morí de ganas de ser una de ellas. Salí de la playa, busqué un comercio y me la compré. Sería mi contraseña de ingreso a ese mundo de mujeres que en su desparpajo frente a su cuerpo eran para mí, las nuevas dueñas de un erotismo para un mundo aun en pañales.
Regresé a la playa. No quería perder un instante, no sólo yo las miraba ávida. También mi compañero de viaje. Los dos absortos. ¿Cómo hacer? La piel de mi culo era blanca teta. Supuse que el sol haría lo suyo en el camino de la paridad. ¡Pobre burguesita ingenua!
Efectivamente el sol hizo lo suyo: al regresar por la tardecita al hotel mis partes ardían en llamas. Por una semana debí protegerme de la influencia de los rayos solares en esas partes inflamadas, rojas, hirvientes, y apenas pude sentarme protegida por un pareo liviano para no escaldar más aún la zona. Pantalones: ni modo.Cuando un año después los militares hicieron lo suyo supe que no era la guerrilla la que despertó el golpe. El golpe era ese desparpajo que también por estos lares, y no sólo en el swinging London, proclamaba un manifiesto de liberación con apenas un mínimo trapito que daba a ver lo que debía ser ocultado



Las imágenes pertenecen al archivo personal de la autora y complementan un ejercicio de estilo del Taller “La trama afectiva de la vestimenta”, dictado por Victoria Lescano en octubre de 2023 y en “Casa de la Escritura”– ideado por Adriana Kogan y Maximiliano Tomas- Y coordinado por Brenda Algonzino.@brendaletras