
Para hablar del “desfile performático”, rápidamente debemos establecer ciertos lineamientos que se irán corriendo del universo de expectativas de los tradicionales modos de presentar moda. Mostrar las últimas colecciones no es algo novedoso, se instala a finales del Siglo XIX en línea con la consolidación del Sistema de la Moda. En ese entonces, Charles Frederick Worth instauró, con uno de sus tantos gestos, el acto de mostrar las últimas piezas diseñadas y confeccionadas para que una selecta clientela las contemple y luego las compre. A partir de ahí, un largo camino se fue desarrollando en pos de continuar, criticar, trascender y reformular ese modo de mostrar moda. En la actualidad, los desfiles de moda admiten varias tipologías que rompen con los desfiles tradicionales, esos donde la pasarela se ubica de forma rectangular en un lugar central para ser el soporte fundamental del ir y venir de modelos (cuyos cuerpos en general son hegemónicos) que hacia el final de su caminata se detienen para los flashes de los fotógrafos y luego desaparecen en el horizonte de las bambalinas sin más. Es en esa puesta en escena donde, a partir de la década de 1990, en Europa, un torbellino de diseñadores nóveles habilitaron nuevos modos de mostrar las últimas piezas de reconocidísimas marcas de lujo.
Así, John Galliano, Alexander McQueen, Hussein Chalayan, entre los más significativos, abordaron a las pasarelas con el arte como condición de producción. Rompieron el canon y habilitaron un legado que continúa hasta el día de hoy. Si bien los primeros pasos se dieron en la escena internacional, cabe destacar que los desfiles performáticos no surgieron de una vez y para siempre en la década de 1990, ni en Europa. Anteriormente hubo casos que podríamos pensarlos como germinales donde el arte se volvió materia prima para mostrar la moda. Entre ellos destaco los encuentros artísticos de Paul Poiret para mostrar sus últimos diseños en su atelier sobre Champs Elysees o las performances que realizó Elsa Schiaparelli en pleno auge surrealista.
Entonces, entrando en la tercera década del Siglo XXI, una metodología habitual de los discursos de la moda remite a interactuar el arte como herramienta clave para desmarcarse del resto. Sobre todo, entendiendo la coyuntura actual, donde la proliferación de mensajes y estímulos que se multiplican constantemente en redes sociales y, en todo el aparato mediático “democratizado”, nos abordan en cada parpadeo proponiendo novedades constantes. Sin embargo, he aquí el quid de la cuestión. De todos los desfiles que invadieron las dos semanas de la moda en Buenos Aires (BAFWEEK y DESIGNERS) sólo una marca innovó en las posibilidades para mostrar moda; se trata de Kostüme. Esto no es novedoso, la marca con más de veinte años de trayectoria, una y otra vez incurre en prácticas que proponen experiencias que provocan a los espectadores. El desfile de la colección otoño-invierno 2023, denominada 45AW23, se emplazó en un boliche de Chacarita y allí el primer guiño performático.
Cual groupies de una banda de rock, los asistentes al desfile se agruparon sobre la Avenida Chorrorarín engamados en total black, respetando la consigna del código de vestimenta solicitado desde la invitación. Pasadas las 20, se apagaron las luces y luego de varios flashes y empujones en la antesala al salón principal, donde en cada una de las puertas de ingreso se vociferaba “pulserita amarilla por acá”, “pulserita naranja por acá”, al ingresar al sector del desfile, en el espacio se vislumbraban capas negras con guiños medievales agrupadas en el medio de la escena y paradas sobre pequeñas tarimas que formaban una suerte de escenario humano.
Sólo alumbraban el lugar las luces blancas y azules que atravesaban estos cuerpos y salían proyectadas hasta el infinito. Luego, la música de Negri (@negri_gram) comenzó y ese montículo humano se fue desarmando. Allí se apreció el, segundo gesto performático, los modelos no salían detrás de bambalinas, sino que esperaban en el set y listos para cambiarse en escena. Uno a uno esos cuerpos comenzaron a despojarse de las capas, dejándolas tiradas cual sombra de su pasado y avanzaron por el cuadrilátero vallado por el público sentado en primera fila, también de riguroso negro y por columnas de luces que marcaron el recorrido del ir y venir de las últimas piezas de la colección. Fue tal el indicador del tercer gesto performático, cuando el recorrido propuesto no incluyó una pasarela tradicional, el público construyó el espacio y los fotógrafos operaron desde distintos espacios del perímetro.

Microfibras y cueros ecológicos se mimetizaron con las transparencias en vestidos y camisetas, con los abrigos voluminosos y oversize, los largos matrix, los pantalones cargo, y con un tapado en paño de lana rojo. Infinitos cierres superpuestos y un estilo Glow in the dark, que irrumpió en la escena caracterizado por los colores naranja y amarillo lima flúo, que enmarcaron la búsqueda experimental y actual de Kostüme. El gesto vanguardista no sólo tiene que ver con la creación de tipologías no binarias, con morfologías amplias y un claro guiño a materiales que a priori, son creados para combatir las problemáticas ambientales en agenda, sino también al ubicar nuevamente su desfile en el marco de una fiesta nocturna donde todo el público se va acomodando para ser parte del show. Vale recordar la experiencia en la Casa de la Cultura a para presentar la colección otoño invierno 2019 donde también una muchedumbre se congregó sobre Avenida de Mayo para presenciar la acción “The only way is up”.
Hacia el final, el cierre con el saludo de la dupla creadora de Kostüme, Camila Milessi y Emiliano Blanco, habilitó que modelos y público se unieran en comunión al ritmo del set de Anita B Queen. Todo el cubo negro brindó, bailó, conversó y festejó que una vez más la marca argentina se despegue del establishment de la pasarela y recurra a otros artilugios para representar la moda .
